lunes, 28 de agosto de 2017

Hablemos de la 'ñilde'

Hablemos de la 'ñilde'Hace unos días, durante una cena, un amigo mexicano me preguntó si sabía el nombre del trazo, más bien recto si se escribe a mano y ondulado cuando se trata de letra de imprenta, que corona a la letra ñ de nuestro alfabeto español. Cuando respondí que se trata de una tilde o virgulilla, mi amigo dijo que estaba equivocada: su nombre es ñilde, afirmó sin dudarlo.

La letra ñ no  existía en el alfabeto latino clásico porque tampoco había el sonido que representa en la actualidad en nuestro alfabeto castellano. Fue en la evolución del latín vulgar hacia las lenguas romances cuando empezó a formarse ese sonido de consonante nasal palatalizada en la pronunciación de tres grupos consonánticos distintos: el grupo consonántico latino ­-gn, como en lignu(m), que pasó al castellano como leño’,  o signa(m), que se convirtió en ‘seña’;  el grupo consonántico latino -nn o -mn , como en annu(m), que es nuestro ‘año’ castellano,  somnu(m), nuestro ‘sueño’, o canna(m), nuestra  ‘caña’; y los grupos ni- + vocal o ne -+ vocal, como en el caso de vinea(m)> vinia(m), ‘viña’ o Hispania(m) >Ispania, ‘España’.

Las diversas lenguas romances en las que surgió dicho nuevo sonido de palatalización de consonante nasal tuvieron que hallar el modo de representarlo por escrito: por ejemplo, en francés se acabó eligiendo para ello el grupo  gn; en catalán,  el grupo ny; y en portugués, el grupo  nh. Pero la evolución fue lenta. Ciñéndonos al castellano, desde el siglo ix empezaron a convivir en los textos escritos las tres variaciones posibles (esto es, nn; gn; ni) para representar el nuevo sonido, pues su uso dependía del lugar de proveniencia del copista. Aquellos que utilizaban la doble n, siguiendo una tradición amanuense anterior bien establecida de abreviar esta letra tanto en textos de latín medieval como de castellano medieval, comenzaron a escribir una sola n con otra más pequeña sobrescrita. Así surgió la tilde o virgulilla de la ñ. Su generalización como única letra para representar ese sonido de palatal nasal sobrevino en el siglo xiii debido a la reforma ortográfica de Alfonso X el Sabio. El uso de la ñ se fue extendiendo a la par que la ortografía alfonsí, y Antonio de Nebrija ya incluyó esta consonante con su tilde en su gramática de 1492, la  primera del castellano. Con la llegada de la imprenta se fundieron tipos para representar esta letra con su característica virgulilla, que variaban dependiendo del impresor y de las fuentes. Sin embargo, la ñ no ingresó en el diccionario de la Real Academia Española hasta 1803. Antes de esa fecha, las palabras que empezaban por ñ aparecían al final de la entrada correspondiente a la n.

Tampoco se reconoció su entidad independiente en la primera ortografía académica, la  Orthographía española de 1741, donde se afirmaba:

En la N, y la O no se encuentra dificultad digna de nota para los que escriben. Si á la N en nuestra lengua se le añade una tilde así ñ, es su pronunciación diferente: y á no tener cuidado, puede en lo escrito variar mucho la significación de las voces, como en moño, y mono.

No obstante, en la segunda edición de esta obra (1754), que ya había pasado a titularse Ortografía de la lengua castellana (prescindiendo de las h etimológicas y utilizando la f), se aprecia un cambio de criterio, puesto que se declaraba:

En la primera impresión de este Tratado se dexaron de añadir la ch, la ll y la ñ, que son letras propias nuestras; pero ahora, reflexionando este punto, ha parecido que sin ellas está defectuoso el Abecedario; porque ninguna de las otras representa en lo escrito el sonido que atribuimos á cada una de estas, y distinguen las voces chasco, llanto, año, especialmente cuando la diversidad de las letras no consiste tanto en la figura, como en la diferencia de su pronunciación.

La forma de la virgulilla que corona la ñ fue evolucionando con el paso de los siglos hasta llegar a la actual ondulada de los tipos de imprenta (~). Pero nunca se llamó ñilde, aunque podría haberlo hecho. Desde luego, sería un bonito modo de diferenciarla del resto de las tildes. 

A comienzos de la década de 1990 se suscitó un gran debate cuando la por entonces Comunidad Económica Europea solicitó a España suprimir la ñ por criterios económicos, aduciendo lo costoso que resultaba la fabricación de teclados de ordenador que la incluyeran. Pero era un asunto fundamental que trascendía las fronteras españolas y europeas. Entre los que se alzaron para defender nuestra letra particular se destacó el escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien escribió: «La ñ es un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos». El poeta mexicano José Emilio Pacheco, por su parte, creó su poema «Defensa de la eñe», donde se lee: «Este animal que gruñe con eñe de uña / es por completo intraducible. / Perdería la ferocidad de su voz / y la elocuencia de sus garras / en cualquier lengua extranjera».

La ñ se salvó en los teclados de los eñehabientes, esto es, de todos los que compartimos la lengua española en el ancho mundo, y paso a paso va ganando espacio en internet. Ha pasado a convertirse en el símbolo de una lengua en la que se comunican hoy cerca de 500 millones de personas. 


Hace unos días, paseando por la Costa Quebrada de Liencres (Cantabria) descubrí una  ñ de roca cuya tilde se refrescaba en el mar. Le hice una foto para dejar constancia.















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