miércoles, 4 de junio de 2014

Adverbios (malfamados)

Adverbios
© Beatriz San Martín (Tamarindo, mayo de 2014)
Rayo de metal crispado
fulgentemente caído,
picotea mi costado
y hace en él un triste nido.
(Miguel Hernández, «Un carnívoro cuchillo»).

La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en ―mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada tanto me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas. Hace mucho tiempo que en mis libros no hay ninguno, salvo en alguna cita textual. No sé, por supuesto, si mis traductores han detectado y contraído también, por razones de su oficio, esa paranoia de estilo. (Gabriel García Márquez, Vivir para contarla).

García Márquez no es el único escritor ni traductor ni corrector de estilo que abomina del uso de los adverbios en mente por ser palabras feas, largas y fáciles, y que pretendiendo evitarlos se obliga a cavilar para dar con otras formas más bellas y originales. Casi pero no siempre.
Haciendo historia, se sabe de estos infamados adverbios que provienen del caso ablativo singular femenino del sustantivo latino mens, mentis, que se asociaba a adjetivos femeninos para formar frases adverbiales cuyo significado al principio se restringió a estados mentales: firma mente, forti mente, obstinada mente… Pasaron luego a adoptar un sentido más general: bona mente, ipsa mente, hasta que en el latín vulgar cualquier adjetivo capaz de dar lugar a un adverbio de modo podía combinarse con ―mente para convertirse en invariable: longamente, solamente. Su incorporación a nuestra lengua romance se verificó a través de un prolongado proceso de oscilación (―mientre, ―mient, ―miente), escribiéndose las dos palabras en yuxtaposición (fuerte mientre, egual mente) o unidas (sobeiamente, sennaladamientre), según recogen las obras literarias de la Alta y Baja Edad Media. Hasta comienzos del Renacimiento no se consolidó la forma sintética en ―mente: «Mira e vee quántos daños de locamente amar provienen». (Arcipreste de Talavera, El Corbacho, 1438).
En general, este tipo de adverbios califican a verbos (el niño duerme tranquilamente), pero también pueden calificar a adjetivos (su rostro sosegadamente hermoso); a otros adverbios (llegó insospechadamente lejos) o a una oración completa, en cuyo caso suelen escribirse entre comas (desgraciadamente, no ha habido supervivientes). Admiten además el superlativo, que se forma con la terminación en singular del femenino incluso en el caso de los adjetivos de terminación invariable: dulcísimamente; brevísimamente; tristísimamente. Y tienen dos acentos prosódicos (uno por cada componente), aunque solo se escriben con tilde (acento gráfico) los que, siguiendo las reglas de acentuación, la llevan antes de añadir la terminación en mente: claramente; opíparamente; gentilmente; ínfimamente. La última de sus particularidades es que la terminación mente puede (y debe) separarse del adjetivo base, cuando se trata de una serie, para quedar ligada solo al último elemento: grande y magníficamente; lenta, suave y tranquilamente.
No cuesta demasiado evitar la mayoría de los adverbios en mente cuando modifican verbos. Basta con sustituirlos por los sustantivos o adjetivos correspondientes: cayó blandamente la hoja sería, por ejemplo, cayó blanda la hoja; camina torpe y lentamente sería camina con torpeza y lentitud o camina torpe y lento; te precias vanamente de tu linaje noble sería te precias en vano de tu linaje noble. También se puede añadir de modo, de forma o de manera: vivían austeramente sería, por ejemplo, vivían de manera austera; no quieren entregar voluntariamente lo robado sería no quieren entregar de forma voluntaria lo robado. Sin embargo, es más complicado prescindir del adverbio cuando modifica a un participio o adjetivo: estaba perdidamente enamorado; se mostró agradablemente sorprendido; un bello rostro, rubicundamente lascivo; sus ojos despiadadamente tristes. ¿Sería necesario rechazar todos estos adverbios e intentar una nueva redacción? Depende, como canta Jarabe de Palo: «según como se mire, todo depende». Habrá que tener en cuenta el texto y contexto en los que aparecen y si ya sobreabundan. Si hablamos de escritura creativa, yo sugeriría replantear el perdidamente enamorado y el agradablemente sorprendido porque, como diría García Márquez, parecen la solución más fácil y manida. En cambio, no tendría nada que objetar a rubicundamente lascivo y despiadadamente tristes. ¿Por qué no conservarlos si es precisamente (o justo) eso lo que deseamos expresar? «¡Oh, suave, triste, dulce monstruo verde, tan verdemente pensativo», escribió Dámaso Alonso de un árbol: ¿por qué se habría de liquidar su verde adverbio? Por suerte, en la lengua no hay un índice de palabras prohibidas: si existen es porque tienen su uso, así que lo conveniente es aprender a sacarles el mayor provecho sin autocensuras previas. Lo mejor, sin duda, es investigar, ensayar nuevos recursos, explorando límites y posibilidades enriquecedoras hasta donde nuestra mente dé.
Pero sigamos ajustando el fiel de la balanza y añadamos aquí dos adverbios habituales en el español peninsular doblemente proscritos por su terminación y por su vulgaridad: mismamente, empleado en lugar de precisamente (mismamente ayer atracaron a mi hermano) y mayormente cuando habría que escribir sobre todo, máxime o similares (en Madrid se vive bien, mayormente si tienes dinero). Estos sí hay que suprimirlos sin remisión en la lengua culta escrita a no ser que motivos estilísticos los exijan.
El resto de los adverbios más cortos no tienen esa mala fama de los ya tratados y sirven, en general, para adjetivar al verbo, al que suelen acompañar. De ahí su nombre derivado del latín: ad-verbum, que significa junto al verbo. Se diferencian de los adjetivos en que son invariables: no revelan género ni número: Elena habla deprisa. También pueden modificar a un adjetivo: el gato es bastante listo; a otro adverbio: me salió muy bien, o a una oración completa: quizá todos lleguemos tarde. Un grupo de adverbios están especializados en modificar solo adjetivos y adverbios: tan, muy y cuán (apócopes de tanto, mucho y cuánto): tan contento; muy  despacio; cuán lejos. Otros (pero no todos) admiten grado comparativo o superlativo: menos cerca; tan pronto; lejísimos; más abajo; muy dentro; tardísimo. Y también algunos se prestan a su uso como diminutivos o aumentativos: prontito, cerquita; tardecito; deprisita; arribota; lejotes; encimota.
No es tarea sencilla clasificar los adverbios, y con alguno (excepto; salvo; conforme) ni siquiera los gramáticos se ponen de acuerdo sobre si pertenecen o no a esta categoría. Desde el punto de vista semántico, pueden ser de lugar (arriba, abajo, allí, enfrente, aquí, debajo), de tiempo (hoy, ahora, todavía, mientras, después), de modo (así, bien, mal, regular, adrede), de cantidad (más, menos, tanto, poco, mucho, nada), de afirmación (sí, claro, también), de negación (no, nunca, tampoco, nada, jamás), de duda (quizá, acaso, tal vez), de identidad (mismo) e incluso no encajar en ninguna clasificación (viceversa, justo, siquiera).
Los adverbios de relativo reciben este nombre atendiendo a su función porque, como ocurre con los pronombres relativos, hacen referencia siempre a un antecedente, sea implícito o expreso, y actúan como complementos circunstanciales del verbo: me fui a la casa donde vivo (en la que); te visitaré cuando deje de llover (en el momento en que); me peinaré como me dijiste (del modo que); haré todo cuanto (todo lo que) me ordenes. Los adverbios de relativo son siempre átonos, a diferencia de los interrogativos o exclamativos, que son siempre tónicos: ¿Dónde fuiste? ¿Cuándo me visitarás? ¿Cómo te peinarás? ¿Cuánto tardarás? ¡Adónde iremos!
Asimismo, existen abundantísimas locuciones adverbiales, que son uniones de palabras con un significado conjunto, indivisible y estable, equivalentes a un adverbio e inseparables sintácticamente en esta función. En este cajón de sastre cabe de todo y hay donde escoger entre la mezcla de gemas y quincalla: a oscuras, de improviso, desde luego, a tontas y a locas, en cuclillas,  junto a, en un abrir y cerrar de ojos, a menudo, de lado, en volandas, a gusto, a disgusto, a regañadientes, frente a frente, a pie juntillas, a cierra ojos, de repente, a vuela pluma, en un tris, a sabiendas…
Dentro de estas locuciones adverbiales, hay algunas que suelen inducir a error. Se escribe, por ejemplo, con la mejor voluntad y no con la mejor buena voluntad. Se escribe de vez en cuando, de cuando en cuando y de cuando en vez, pero no de vez en vez. Se escribe sobre todo, en el sentido de especial o principalmente, y no sobretodo (que es un abrigo). Se escribe en primer lugar, antes de nada, ante todo, antes que nada, pero no primero de todo ni primero que todo. Se escribe a lo sumo, como mucho, pero no todo lo más. Se escribe a disgusto y no mal a gusto. Se escribe tanto es así y no, aunque estén tan extendidos, tan es así (pues tanto no se apocopa delante de un verbo) ni tal es así, que no existe. Por mal que suene, se escribe en tanto en cuanto, con el sentido de en la medida en que, pues es expresión proveniente del mundo del derecho que se ha  extendido a otros ámbitos, aunque conserva su aire entre pedante y desmañado. Por último, se escribe a campo través, a campo traviesa, a campo travieso, campo a través o campo a traviesa, pero no a campo a través ni a campo atraviesa.
Por lo demás, los adverbios no presentan en general dificultades de uso, pues las pocas que existían van siendo limadas por las sucesivas revisiones de las Academias de la Lengua. Es el caso, por ejemplo, de dentro y adentro; fuera y afuera. Lo establecido era escribir sal afuera y sal fuera, pero no estoy afuera. De igual modo, era posible escribir iré adentro o iré dentro, pero no estoy adentro. El motivo era que con verbos de movimiento explícito o implícito (ir) se podían emplear fuera y afuera; dentro y adentro, mientras que con los verbos que no son de movimiento sino de estado solo se aceptaban las formas sin a-: se quedó dentro; deseaba seguir fuera del asunto. No obstante, por el extendidísimo uso de las formas con a- en América Latina se ha suprimido tal  distinción, aunque en España siga vigente en buena medida.  Así pues, se consideran correctas las dos formas en oraciones que expresan estado o situación del tipo afuera te espera tu novia y fuera te espera tu novia; la parte de afuera y la parte de fuera; la parte de adentro y la parte de dentro; afuera hace calor y fuera hace calor.
 Dentro y adentro, fuera y afuera pueden ir precedidos de las preposiciones de, desde, hacia, hasta, para o por, pero nunca de a, pues en este caso siempre se emplearían los adverbios adentro y afuera, que ya la incluyen. Se escribe siempre de dentro afuera y de fuera adentro. No se considera correcto el uso de adentro con posesivos: se escribe dentro de mí, dentro de él, etc., y no adentro mío; adentro suyo. Ningún adverbio de lugar (delante, detrás, encima, debajo, enfrente) admite su uso con posesivos: delante de mí y no delante mío; detrás de ella y no detrás suyo; encima de nosotros y no encima nuestro; debajo de vosotros y no debajo vuestro. ¿Por qué se puede escribir, en cambio, al lado mío? En este caso no se trata de un adverbio sino de un sustantivo (lado), que sí admite posesivos. Una útil  regla nemotécnica para evitar confusiones es que solo se puede escribir el posesivo detrás de una palabra cuando también lo admite delante: a tu lado y al lado tuyo; a su vera y a la vera suya; a vuestro costado y al costado vuestro, pero no en vuestro delante, luego tampoco delante vuestro; no en mi encima, luego tampoco encima mío; no en su enfrente, luego tampoco enfrente suyo.
Los adverbios adonde (relativo) y adónde (interrogativo o admirativo) se deben utilizar siempre con verbos u otras palabras de movimiento. En cambio, donde y dónde  admiten verbos de movimiento y de estado. El adverbio relativo puede escribirse también en dos palabras, a donde, exista antecedente expreso o no, pues no llegó a generalizarse la distinción recomendada en el pasado por las Academias de la Lengua. Sin embargo, sí se sigue vedando el uso arcaico de adonde o a donde para indicar situación: El músico vivía cerca de ese bar tan conocido, adonde yo había ya entrevistado a un poeta. En este caso, como en verbos que no son de movimiento, han de emplearse los adverbios donde (relativo) o dónde (interrogativo) según corresponda: No sé dónde (y no adónde) se ha escondido el gato. Solo donde y dónde pueden ir precedidos de preposición; nunca adonde ni adónde: no sé hacia dónde (y nunca hacia adónde) nos dirigimos; corrieron hasta donde estábamos (y nunca hasta adonde).
Los adverbios abajo y arriba no deben ir nunca precedidos de la preposición a: vete abajo; descosieron el vestido de arriba abajo; se dirigió arriba. Las expresiones coloquiales tan habituales en España subir para arriba, bajar para abajo (o, a este respecto, entrar adentro, salir afuera) son admisibles en el uso oral y coloquial de la lengua por su carácter expresivo o enfático, pero se deben evitar al escribir.
El adverbio solo (que ya no se escribe con tilde diacrítica) no debe emplearse en el sentido de más que: solo hace que llorar. Lo correcto es no hace más que llorar o no hace sino llorar.
Cuando mejor no es el adjetivo comparativo de bueno (los mejores caramelos), sino adverbio comparativo de bien¸ no varía en número: este alumno es el mejor preparado y estos alumnos son los mejor preparados (y no estos alumnos son los mejores preparados).
Algunos adverbios inducen a errores ortográficos porque se confunden con otras palabras homófonas, es decir, que suenan igual pero su escritura y significado son diferentes:
- Aparte, adverbio que significa en otro lugar, por separado, al margen (y también puede ser adjetivo, preposición o sustantivo), se escribe siempre en una sola palabra: Se lo llevó aparte para hablarle. No debe confundirse con la unión ocasional de la preposición a y el sustantivo parte: No iremos a parte alguna. La decisión no gustó a parte de los presentes.
-Asimismo, adverbio de modo que significa también, se escribe en una sola palabra y sin tilde: Asimismo, visitaremos la costa californiana. En cambio, si se trata de la locución adverbial de modo así mismo, se escribe en dos palabras y así se acentúa como le corresponde por ser aguda terminada en vocal: Guárdalo así mismo, no pierdas tiempo.
-Aún se escribe con tilde cuando equivale a  todavía (aún se cartean; lo volví a leer y me gusta aún más), pero sin tilde cuando significa hasta, también, incluso o siquiera (ni aun de lejos se parece a su padre; aun así iremos todos). Cuando aun tiene sentido concesivo (pese, a pesar de), tanto en la locución conjuntiva aun cuando, como si va seguido de un adverbio o de un gerundio, se escribe también sin tilde (aun conociéndome de tantos años, no se fio). No es lo mismo escribir aun así que aún así: la primera locución equivale a pese a eso, a pesar de eso, con todo o sin embargo, mientras que aún así  se corresponde con todavía, tanto con significado temporal como con valor ponderativo o intensivo: aun así, contamos con crear empleo; tiene más de diez bolsos y aún así se queja.
-Dondequiera, adverbio de lugar que significa, con verbos de estado, en cualquier parte (los niños dejaban los juguetes dondequiera, sin molestarse en recogerlos) y, con verbos de movimiento, a cualquier parte (el perro nos seguía dondequiera que íbamos).  En este segundo caso, las Academias de la Lengua recomiendan como más apropiado el uso de adondequiera, aunque es poco frecuente. Ambos adverbios se escriben en una sola palabra y no deben confundirse con la combinación ocasional de los adverbios relativos donde o adonde y la primera o tercera persona del presente de subjuntivo del verbo querer: Tengo libertad para viajar adonde quiera; Pedro podrá vivir donde quiera sin problemas. Variantes del adverbio dondequiera son doquier y doquiera.
«El camino al infierno está empedrado de adverbios»: esta frase lapidaria (variación de la que señala a las buenas intenciones) pertenece a Stephen King, y se repite una y otra vez como consejo a los escritores. ¡Escribir sin adverbios!, exclamo. ¿Ninguno? ¿Encontraremos siempre verbos con tanta fuerza que puedan hacer el trabajo de expresar cuanto queremos ellos solos? Imposible. En estas pocas líneas ya he ido incluyendo los adverbios que, cual piedras de apoyo, me han servido para saltar, salvar las aguas y llegar al otro lado del río: para matizar mi pensamiento. Supongo que King se refería a los adverbios en ―ly (equivalentes a los nuestros en ―mente) cuando acuñó la frase y que tal vez sea una reducción injusta de su reflexión que se propaga incesante por internet.
Concedo, sin embargo, que deben evitarse los adverbios de relleno y esas expresiones que son meros añadidos sin contenido semántico ni sintáctico como pura y simplemente, simple y llanamente, como es natural, de alguna manera, bien es verdad,  soltados por costumbre o ignorante pedantería dentro de un texto, junto con los positivamente, evidentemente, obviamente, realmente, verdaderamente, indudablemente, prácticamente, lógicamente y demás. Concedo también que se deben buscar verbos fuertes y precisos para acompañarlos de los adverbios necesarios. En este, como en el resto de los casos, fuera toda la paja que oculta el grano.
Termino con una cita que se suele atribuir a Mark Twain aunque la fuente se desconoce: «Cada vez que sientas la inclinación de escribir very, sustitúyelo por damn; el corrector de estilo lo borrará, y la escritura quedará como es debido». El adverbio very, al igual que nuestro equivalente muy, son de las palabras más repetidas (y prescindibles) cuando se escribe. Con su ironía característica, Twain recomienda emplear en su lugar una palabra polisémica y las más de las veces malsonante que, en este caso, acompañando a un adjetivo en sustitución de muy, sería un adverbio intensificador. He dejado adrede very y damn  sin traducir porque los intensificadores requieren un tratamiento específico según su  contexto y no creo que Twain estuviera pensando en un simple maldito en este. ¿Utilizaríamos mierda, joder o cualquier otra palabra malsonante para expresar en español lo que enuncia el escritor, con lo cual el corrector no tendría más que borrar una palabra metida con cuña que no encaja sintácticamente dentro de la oración? ¿O cambiaríamos un adverbio por otro, como hace Twain (very por damn), con lo cual nos veríamos obligados a emplear uno terminado en ―mente (jodidamente, condenadamente…), como se escucha y lee hasta la saciedad en series, películas y libros traducidos del inglés? Siempre existen más opciones…


La lengua destrabada
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