jueves, 13 de febrero de 2014

El orden de las palabras (o su armonioso desorden)

El orden de las palabras
Estilo llamamos a la manera de decir buena o mala, áspera o dura; observar vale tanto como notar, sino que sirve para más cosas; lo mismo digo de observación. Y porque me he visto en aprieto queriendo exprimir en castellano lo que significa obnoxius y abutere, los introduciría si me atreviese […]. El ingenio halla qué decir, y el juicio escoge lo mejor de lo que el ingenio halla, y lo pone en el lugar que ha de estar; de manera que de las dos partes [del escrito] que son invención y disposición, que quiere decir ordenación, la primera se puede atribuir al ingenio, y la segunda, al juicio.
Juan de  Valdés, Diálogo de la lengua

Sostiene con razón Mario Wandruszka en Nuestros idiomas: comparables e incomparables (trad. de Elena Bombín, Madrid, Gredos, 1979) que en todas las lenguas hallamos siempre palabras para hablar del cielo y la tierra, el fuego y el agua, el sol, la luna y las estrellas, el hombre, la mujer y el niño, así como para el hambre o el miedo, la cólera, el amor, la enfermedad o la muerte: es decir, palabras con las que expresamos los universales del lenguaje, palabras que testimonian el conjunto compartido de vivencias humanas sobre la tierra. Sin embargo, cada lengua es también un instrumento diferente que toca su propio son: ninguna lo dice todo ni lo posee todo; ninguna es un sistema perfecto porque a su creación han contribuido tanto la necesidad como el azar histórico, y caben en ellas lo regular, lo irregular y hasta lo absurdo. Además, todas se rigen por una serie de normas obligatorias más o menos flexibles que determinan el orden de las palabras dentro de la oración. Si no hubiera sintaxis —el conjunto de dichas normas—, no nos entenderíamos.

Suele oponerse la libertad de construcción sintáctica aparentemente ilimitada del latín a la rigidez obligatoria que imponen el inglés o incluso el francés modernos. Valentín García Yebra, en Teoría y práctica de la traducción (2 vols., Madrid, Gredos, 1989), cita una oración de tres palabras, pater amat filium, que podría escribirse con seis ordenaciones diferentes (pater filium amat; amat pater filium; amat filium pater; filium amat pater; filium pater amat) frente a las únicas e inamovibles le père aime le fils o the father loves the son. Por su parte, el español, el portugués y el italiano modernos poseen mayor libertad de ordenamiento porque sus palabras han conservado variaciones morfológicas que lo permiten. Sintaxis y morfología están estrechamente relacionadas: cuanto mayor sea la diversidad morfológica de una lengua (por ejemplo, para determinar el género, el número o la persona), más libertad existirá para ordenar las palabras dentro de una oración.

En español es posible escribir: el padre ama al hijo; ama al hijo el padre; al hijo ama el padre; ama el padre al hijo, pero y ¿el padre al hijo ama o al hijo el padre ama? Estas dos últimas construcciones con el verbo al final de la frase se consideran latinismos o germanismos y en la actualidad se desaconsejan por forzadas, aunque también se emplean. Ahora bien, la aparente variedad y libertad de construcción que disfrutan las oraciones en español no debe confundirnos pues, en aras de la claridad, suelen regirse a menudo por un orden lógico, ciertas disposiciones que se antojan más naturales que otras y son más fáciles de comprender. Por lo general, el verbo se coloca intercalado entre el sujeto y el complemento, según el esquema básico de sujeto + verbo +complemento directo +complemento indirecto + complemento circunstancial o sujeto + verbo + atributo, pero también puede adelantarse al comienzo de la oración para destacar el valor de la acción que representa. En el caso de los restantes elementos, debe preceder el de mayor interés y quedar relegado al final el de menor importancia: el padre ama al hijo o al hijo ama el padre, dependiendo del sentido que se desee dar a  la oración.

Cuando al escribir se altera el orden lógico que deberían seguir las palabras, se recurre a la figura literaria llamada hipérbaton (cuyo plural es hipérbatos), muy utilizada sobre todo en la prosa latinizante castellana del siglo XV, para cuyos autores la Antigüedad no era una simple materia de conocimiento, sino un ideal superior que pretendían imitar, intentando trasplantar a la lengua romance usos sintácticos latinos que no encajaban en ella. Los hipérbatos en esa literatura son tan extremos que dislocan violentamente el adjetivo del sustantivo: «pocos hallo que de las mías se paguen obras» (a quienes gusten mis obras), escribiría don Enrique de Villena, y Juan de Mena lo igualaría con su «a la moderna volviéndome rueda». Sin embargo, en su Diálogo de la lengua (Nápoles, hacia 1535), Juan de Valdés ya rechaza el estilo de los «libros romanzados» como el Amadís, aduciendo que «en muchas partes es demasiado afectado y en otras muy descuidado», y especificando que le disgusta sobre todo cuando «de industria pone el verbo a la fin de la cláusula, lo cual hace muchas veces, como aquí: tiene una puerta que a la huerta sale, por decir que sale a la huerta». Añade, además: «Me parece también mal aquella manera de decir: si me vos prometéis por si vos me prometéis, y aquello: de lo no descubrir por de no descubrirlo».

Los hipérbatos extremos se van moderando de forma paulatina en la prosa romance castellana hasta llegar a un uso semejante al actual, pero la lírica los mantiene en sucesión, desde Garcilaso de la Vega, pasando por los poetas barrocos, hasta Gustavo Adolfo Bécquer, debido a motivos estilísticos pero también métricos. Son bien conocidos los ejemplos siguientes:

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba. (Garcilaso de la Vega, «Égloga III»).

Mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello. (Luis de Góngora, «Mientras por competir con tu cabello»).

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta del polvo
veíase el arpa. (Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, VII).

Como se puede apreciar, el hipérbaton no consiste en la alteración de un único orden regular o lógico establecido por los gramáticos, sino en colocar los elementos de la oración en una sucesión comprensible pero que no se percibe como habitual por el lector en determinada época de la lengua. Por tanto, es un concepto relativo, cuyos límites los fijan la comprensibilidad y la creatividad de quien escribe.

Centrándonos en la prosa actual, al plasmar nuestro pensamiento en la escritura hemos de tener en cuenta dos aspectos: el sentido y el estilo, eligiendo para el desfile de las palabras el orden que más se adecue a lo que pretendemos trasmitir. Situaremos al comienzo de la oración lo que consideremos primordial, pues las palabras primeras reciben siempre más luz, resaltan del resto: se dice que somos capaces de recordar las palabras iniciales y las finales, pero que se nos olvidan las que aparecen en medio, como si quedaran ocultas o enterradas entre las demás. «Alas quisieran tener doña Chona y Angelina para volar a su casa y pedir cuentas a ese desgraciado de Braulio» (tomado de mi novela Angelina y el Nuevo Mundo, capítulo 13): esta ordenación pretende crear en el lector la sensación de apremio que sienten las dos mujeres, adelantando por prisas las palabras que lo marcan. ¿Se lograría el mismo sentido utilizando el orden lógico: «Doña Chona y Angelina quisieran tener alas para volar a su casa y pedir cuentas a ese desgraciado de Braulio»? Vayamos más lejos: a veces, con el orden elegido se expresa además un matiz de significado específico.

Del pollo, me gusta la pechuga.
Me gusta la pechuga del pollo.
La pechuga del pollo me gusta.

Cualquiera que domine la lengua castellana actual aprecia las diferencias entre estas tres oraciones, que no son solo de estilo: la primera resalta que se refiere únicamente al pollo y tal vez no es lo que más le gusta comer; podría continuar: del pato, el hígado. Por su parte, la segunda oración emite una preferencia categórica, mientras que la tercera es una oración forzada con el verbo al final y podría expresar cierto titubeo en la afirmación. Otras veces se impone determinado orden por razones rítmicas e incluso para evitar cacofonías (repeticiones malsonantes).

Se suele aconsejar mantener cierto equilibro entre el orden lógico y el hipérbaton, procurando que este último no oscurezca el contenido del texto ni resulte forzado, chocante ni un calco de una lengua extrajera: «Que la ampliación del derecho de voto favoreció al populismo, a la demagogia, parecían confirmarlo también las elecciones municipales de Viena». Este ejemplo, sacado de una mala traducción del alemán, habría que corregirlo así: «Las elecciones municipales de Viena parecían confirmar que la ampliación del derecho al voto había favorecido el populismo y la demagogia».

Una elección deficiente del orden de las palabras en una oración puede provocar además ambigüedad sintáctica. Con frecuencia este defecto pasa inadvertido al escritor pero no al lector, y abundan en los titulares de periódicos. Basta echar una ojeada para encontrar ejemplos como los que siguen: «Isabel Coixet termina en Canadá el rodaje de My life without me, un drama sobre una joven con una enfermedad incurable que produce Pedro Almodóvar». Eligiendo el orden adecuado, Almodóvar dejaría de ser nocivo para la salud y se limitaría a producir películas: «…un drama que produce Pedro Almodóvar sobre una joven con una enfermedad incurable». Otro titular sin desperdicio sería: «Las mujeres españolas cobran bastante menos que los hombres por su sexo». En este caso, es difícil dar con un orden adecuado: ¿«Las mujeres españolas, por su sexo, cobran bastante menos que los hombres»? La mejor opción tal vez consistiría en suprimir «por su sexo», puesto que se sobrentiende. Debido a su evidente sesgo humorístico, las ambigüedades sintácticas se han utilizado con frecuencia para crear dobles sentidos ingeniosos y surrealistas. Groucho Marx fue un maestro en la materia: «Una mañana me desperté y disparé a un elefante en pijama. Me pregunto cómo pudo ponerse mi pijama» (de la película Animals crackers).

Asimismo, los anuncios publicados son fuente jocosa de ambigüedades, y el asunto viene de antiguo. Mariano José de Larra (1809-1837) ya recoge en El café:
mire usted un asunto tan bonito, si podía haber criticado al señor diarista el no pasar la vista por los anuncios que le dan, para redactarlos de modo que no hagan reír, como cuando nos dice que se venden "zapatos para muchachos rusos", "pantalones para hombres lisos", "escarpines de mujer de cabra" y "elásticas de hombre de algodón". Cuando anuncia que el sombrerero Fulano de Tal, deseando acabar cuanto antes con su corta existencia, se propone dar sus sombreros más baratos; que "una señora viuda quisiera entrar en una casa en clase de doncella, y que sabe todo lo perteneciente a este estado".
Asimismo, un orden poco acertado de las palabras puede originar errores de lectura e incluso que parezcan erratas lo que no lo son. Lo ilustro con un ejemplo propio. En mi novela La historia escrita en el cielo se leía: «Eulalia, deja lo que estás haciendo y despéjame la mesa en lo que tomo medidas, pues después cortaré unas telas para hacer unas cofias». Mi correctora Carmen Grau me señalo que había una errata: «la mesa en lo que tomo medidas», pero no era así. En realidad, lo que yo había querido expresar era un complemento circunstancial, «mientras tomo medidas». Una nueva redacción evitó ambigüedades: «Eulalia, deja lo que estás haciendo y, en lo que tomo medidas, despéjame la mesa, pues después cortaré unas telas para hacer unas cofias».

Recogiendo todo lo apuntado, cabría afirmar que la estrategia operativa en cuestiones de estilo y orden se resume en tres puntos clave, si bien no exclusivos ni excluyentes:

1.    Considerar siempre que la primera versión escrita de un texto es solo para uso personal y someterla a un análisis exhaustivo para corregirla, recortarla o ampliarla.
2.    Tener conciencia de que el orden interno de un escrito es crucial, tanto de las palabras dentro de una oración o de las oraciones principales y las subordinadas, como de los distintos párrafos que se van sucediendo para expresar nuestras ideas de manera coherente y fácilmente comprensible.
3.    Alternar el orden lógico lineal y el hipérbaton para evitar la monotonía y lograr atraer la atención del lector hacia lo que deseamos destacar. Para evitar la ambigüedad sintáctica, los acompañantes del nombre, sean adjetivos o complementos, han de colocarse a su lado: arena para gato biodegradable, mejor, arena biodegradable para gato; apartamento de soltero ideal, mejor, apartamento ideal para soltero. En la siguiente oración compuesta: Hace años, cuando visité por primera vez la costa murciana, todavía era virgen, se evitará la confusión si escribimos: La costa murciana todavía era virgen cuando la visité por primera vez hace años. Y un último ejemplo con un adverbio que, como su nombre indica, modifica al verbo y, por tanto, debe colocarse cerca de aquel al que corresponda: Juan repetía que no fumaba porros continuamente. ¿Es eso lo que pretendemos expresar o tal vez esto otro?: Juan repetía constantemente que no fumaba porros.

¿Dejaremos a Juan debatiéndose por ser creído, al soltero ideal buscando su piso o al gato biodegradable disfrutando su arena? Cada cual elija lo que mejor le convenga. En asuntos de escribir, como en los restantes de la vida, existen dos tipos de extremistas, que se tocan en su intransigencia: están quienes defienden que lo único importante es lo que se cuenta y no prestan atención alguna al modo como se cuenta, depositando sobre los hombros de sus lectores la enorme carga de entenderlos a pesar de sus muchos errores; y están quienes se aferran a las reglas que juzgan sagradas y constriñen su creación a ellas, temiendo que apartarse lo más mínimo los arroje al caos donde no existe la expresión perfecta ni el significado sublime. Por suerte, en medio de ambas caricaturas —igualmente insensatas— nos hallamos una inmensa mayoría deseosa de aprender; escritores noveles y consagrados que nos esforzamos por mejorar cada día leyendo a nuestros pares y a quienes nos precedieron en esto de la búsqueda de un criterio justo y flexible que nos permita avanzar sobre lo ya logrado y superarlo, estirando hasta límites tal vez insospechados las capacidades del lenguaje. En definitiva, buscando lo que cabría denominar un buen criterio.


La lengua destrabada
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