miércoles, 26 de junio de 2013

Elogio de la risa (a carcajadas)


A la memoria de Manuel Pérez Cabezas de Herrera

Me crié en el campo manchego entre mis cinco hermanas y mi hermano. Nuestra casa siempre repleta recibía las visitas de primos y amigos, y no recuerdo que durante la infancia quedara mucho tiempo para el aburrimiento. Cuando hacía malo y no podíamos salir a jugar, mi madre nos proponía a veces hacer el disco de la risa. Ella empezaba, ja, ja, ja, y al poco todos nos íbamos uniendo en un coro de risas cantarinas, ja, ja, ja, je, je, je, jo, jo, jo, hasta llegar a las carcajadas que nos desternillaban, que nos mondaban, que nos partían, sin poder parar, y se nos acababan saltando las lágrimas de tanto reír.
Hoy esto se conoce como risoterapia, y hay especialistas que organizan actividades guiadas para enseñar a la gente a reírse y aprovechar sus beneficios. Al parecer, nos reímos una media de veinte veces al día pero cada vez menos según nos vamos haciendo viejos. Dicen que la risa es un medicamento al alcance de cualquiera que sirve para todo tipo de enfermedades, ya sean físicas o psíquicas, y también que los beneficios obtenidos varían según la manera de reír.

Si nos reímos ja, ja, ja, relajamos la parte superior del tronco; con la risa je, je, je se relaja la parte del cuello; ji, ji, ji, la risa de las brujas y de los niños cuando hacen alguna travesura, estimula la circulación de la sangre del cuello hacia la cabeza, con lo que parece que se fomenta la creatividad y la intuición; los que se ríen como Papá Noel, jo, jo, jo, relajan los músculos que se concentran desde el plexo solar hacia arriba; ju, ju, ju es la risa estimulante de las hormonas y los órganos sexuales, la risa secreta de los amantes, y tal vez por ello la que menos se escucha en público. ¿Será todo esto verdad?
Lo que sí es cierto sin duda es que desde antiguo se conocen los beneficios de la risa: se sabía, por ejemplo, que un bufón era mejor remedio que muchas de las pócimas, y en los opíparos banquetes de los ricos se solía contar con sus bromas para ayudar a hacer una buena digestión. Hasta el obseso Freud admitió que la risa, sobre todo la carcajada, libera la energía negativa. La gente que ríe es más feliz.

Sin embargo, también hay risas feas, risas de conejo, risas que hacen daño, que pueden llegar hasta a matar. Todos las conocemos y las hemos sufrido alguna vez en nuestras vidas. Por suerte, de esas risas sardónicas también aprendemos a defendernos cuando vamos creciendo y acaban resbalándonos.
Las risas de la casa de mis padres es uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia y juventud. Crecimos riendo y cantando. Cantábamos a gritos para disgusto de mi padre, que se quejaba de que se nos escuchaba desde la carretera que pasaba cerca. Nos reíamos por todo, de puro aburrimiento, comentan algunas de mis hermanas, porque cuando llegó la adolescencia vivir en el campo dejó de ser divertido y mirábamos con arrobo esa carretera general que más tarde nos separaría a todos en distintos destinos.

Yo procuro reírme hasta de mi sombra a mandíbula batiente, encontrar un resquicio para la alegría hasta en los momentos más difíciles. A veces cuesta, pero siempre hay que intentarlo: esbozar una sonrisa aunque la lágrima pugne por prevalecer. Y creo firmemente que la risa me ha salvado muchas veces de caer en la desesperación y la depresión cuando no parecía haber esperanzas. Reír entre lágrimas, pero reír al fin.
Río sobre todo cuando tengo la suerte de reunirme con mis hermanas y hermano, pues vivimos en distintas ciudades y hasta continentes. En esas contadas ocasiones, nuestros hijos se preparan para lo que siempre sucede y que ellos llaman el aquelarre: risas y más risas aunque haya desgracias que llorar; risas y más risas recordando el pasado, risas y más risas evocando los chistes absurdos tipo La Codorniz que en otro tiempo nos provocaban carcajadas: «Don Ifigenio, don Ifigenio, que tiene usted un solo ojo». «Qué dices, so tonto, es que me estás mirando de perfil». Y en medio de las risas están con nosotros nuestros seres queridos que ya partieron, con las risas los abrazamos y los mantenemos vivos en nuestros corazones. Con las risas nos unimos todos de nuevo.

Sonría, por favor, se nos pide a menudo. Pero eso es muy poco: seamos realistas y pidamos lo imposible. Finalizo esta entrada sobre risas pidiendo carcajadas. Ríe, no te cortes, ja, ja, ja, je, je, je, ji, ji, ji, jo, jo, jo, ju, ju ju…riéte como quieras pero ríe, por tu bien y el de los demás, ríete de las adversidades y sobre todo de ti mismo. Bien dice un proverbio antiguo: «afortunado es el hombre que se ríe de sí mismo pues nunca le faltará motivo de diversión».
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  




  


lunes, 17 de junio de 2013

Usos y escritura de los prefijos y los sufijos


En la lengua castellana, pertenecen a la categoría gramatical de afijos las secuencias lingüísticas que se anteponen (prefijos) o posponen (sufijos) a las palabras o raíces para modificar su significado. Los prefijos son siempre átonos mientras que los sufijos son tónicos. Ambos carecen de independencia y deben ir unidos a la base léxica a la que aportan significado, formando nuevas palabras: hacer/deshacer (prefijo des-); árbol/arboleda (sufijo –eda). 

Prefijos

En su mayoría tienen origen grecolatino, como mono-, bi-, tri-, cuadr-, pluri-, multi-, poli-, con los que se forman palabras en las que se expresa una cantidad: monóculo, bicicleta, trimestral, cuadruplicar, pluriempleo, multicines, polideportivo. Con otros prefijos se niega el significado aportado por la raíz: apolítica, irreal, antisocial, disfunción, deslocalizar, contrarrevolución. Otros expresan repetición o insistencia: contraventana, retomar, requetelisto, recalentamiento, archiconocido; tamaño: macroconcierto, hipermercado, megafiesta, minifalda; o hacen referencia a un cargo, dignidad o condición: exministro, vicerrector, archidiócesis, subsecretaria; y otros más sirven para  formar verbos partiendo de sustantivos: ennoblecer, acartonar, entristecer. No deben confundirse los prefijos ante- (anterior) y anti- (opuesto, contrario), pues las palabras formadas tendrán un significado muy diferente: antediluviano, dicho de alguien que está muy anticuado, y antidiluviano, persona que está en contra del diluvio. Quedarían muchísimos más prefijos para establecer el inventario completo, pero basten los mencionados para entender su funcionamiento.

En lo referente a la acentuación, se aplican las reglas generales a la palabra prefijada resultante y no a la raíz; por tanto, llevará tilde o no según corresponda por ser aguda, llana, esdrújula o sobresdrújula: hipermétrope, antieconómico, ultratumba, sobrepeso, subempleo.

Asimismo, la palabra prefijada resultante debe escribirse atendiendo a las reglas generales: contrarrevolución (y no contrarevolución); contrarréplica (y no contraréplica); protorromance (y no protoromance); corresponsable (y no coresponsable);  contrarreloj (y no contrareloj); subregional (y no subrregional); subredes (y no subrredes).  Recuérdese que el sonido de r fuerte que no es inicial se escribe siempre rr, salvo cuando le precede b, s, l o n.

Cuando se añade un prefijo a un nombre propio para crear otro, la mayúscula se traslada a la inicial del nombre resultante: Prepirineo, Supermario, Trasalpes.

Como norma general, los prefijos se escriben unidos a la base si se trata de una palabra, pero separados con un espacio si es pluriverbal: exdecano, pero ex teniente coronel; proeuropeo, pero pro Angela Merkel; pro derechos humanos; anti pena de muerte. Como se puede comprobar por los ejemplos, los prefijos ex, anti y pro son los más propensos por su significado a aparecer en construcciones formadas por varias palabras, por lo cual en gramática se los conoce con la denominación de prefijos separables.

Cuando la  palabra base es una sigla, un número o un nombre propio, se intercala un guion entre el prefijo y esta: anti-OTAN, sub-16, pro-Europa. Cuando se coordinan prefijos, se añaden guiones si la base es una palabra y no se añaden si es pluriverbal: anti- y progermano; anti- y pro-Europa; anti y pro Angela Merkel.

La Real Academia recomienda simplificar las vocales dobles que surgen al añadir un prefijo cuando concurran estas tres condiciones: 1) se simplifica siempre en la pronunciación cuidada de la lengua oral; 2) el término se identifica sin dificultad y no confluye con otro existente de significado distinto; 3) no aparece una h entremedias: contratacar, antimperialista, antincendios, pero semiilegal, semihilo. Recuérdese en todo caso que se trata de una recomendación y no de una norma de obligado cumplimiento. Además, hay dos prefijos, co- y bio, que no permiten la simplificación de las vocales en ningún caso: cooperar; cooficial, coorganizar, biooceánico, bioorgánico.  Por su parte, los prefijos semi-, anti- y archi- tampoco permiten la simplificación de la doble vocal cuando se unen a palabras que ya comienzan por el prefijo i (de negación), pues cambiaría el significado: semiilegal; archiiletrado; semiinútil.

No se considera un prefijo la palabra no; por tanto, se escribe siempre separada y sin guion: el no fumador; la no violencia; la no beligerancia.

Se prefiere la forma pos- a post- con una sola excepción: cuando la palabra a la que se une este prefijo comience por –s para evitar dos s seguidas. Así, escribiremos posguerra, posdata, posdiluviano, posparto, posoperatorio, pero postsocialismo, postsindical, postsecesión.

En las palabras ya fijadas con el prefijo sin y el significado de «carencia», este se escribe junto; cuando se trata de palabras nuevas, se puede escribir junto o separado, pero no con guion: sinrazón, sinsabores, sinsentido, sinvergüenza, pero los sintecho o los sin techo; los simpapeles o los sin papeles; los sin tierra o los sintierra; hacer un «simpa» o hacer un «sin pa». Adviértase que al unir el prefijo a la palabra base se ha de cumplir siempre la regla general de escribir m ante p o b.

Cuando el prefijo sub- se une a una palabra que comienza por b, se conserva la doble consonante con dos excepciones, subranquial y subrigadier. Pero escribimos: subboreal, subbase.

También se recomienda simplificar el prefijo trans- a tras-, salvo cuando se une a palabras que empiezan por s: trascendente, trasoceánico, trasalpino, pero transexual, transiberiano.

A veces los prefijos absorben el valor completo de la palabra a la que se unen y pasan a sustituirla. Decimos voy al súper o te espero en el híper: en ambos casos escribimos estas  palabras con tilde porque ya no actúan como prefijos átonos y siguen las normas generales de acentuación. Ocurre lo mismo en el caso de nos lo pasamos súper. Asimismo, el uso frecuentísimo del prefijo tele como sustituto de «televisión» ha dado lugar a palabras como teleadicto, teleprogramas, telediario, en las que el prefijo tele ha perdido su significado griego originario de «lejos, a distancia» para pasar a significar llanamente «televisión». El prefijo ex no necesita unirse a marido o novio para que todos entendamos su significado: Me llevo muy bien con mis ex. Y como se puede comprobar en el ejemplo, en estos casos en los que se convierte en palabra independiente, en plural permanece invariable.  

Sufijos

Son muchísimos y siempre se escriben detrás de la raíz, aportando un significado que por sí solos no poseen. Además, son polivalentes: -ero puede significar profesión: panadero, o lugar donde se guarda o hace algo: monedero, tendedero; -ada hace referencia a un golpe fuerte pero también a una cualidad o conducta: pedrada, patada, asonada, cacicada; -or sirve para significar profesión y también lugar donde se desempeña algo: obrador, comedor, aparador, labrador, cantaor, escritor. El sufijo –ista que se emplea para formar palabras de profesiones es invariable y, por tanto, se dice el taxista y la taxista; el chapista y la chapista; el artista y la artista; y se debería decir el modista y la modista, aunque en este caso se emplee modisto por ultracorrección. El sufijo –oide añade a la raíz un matiz despectivo: humanoide, sentimentaloide; -ble indica capacidad, que puede ser: imperdible, entendible; -ción expresa acción y efecto: prohibición, sustracción.  

Con sufijos también se forman los gentilicios: con –ano, zaragozano, talaverano, calagurritano, asturiano; con –eco, guatemalteco, yucateco, chiapaneco; con -ense, ateniense, ilerdense, y así sucesivamente.  Hay prefijos además para formar los nombres de países y lugares: -ia, Italia, Galia; -landia, Finlandia, Islandia. Este último sufijo se utiliza mucho para crear nombres comerciales: Disneylandia, Zumolandia.

Los nombres diminutivos, aumentativos y despectivos se valen de sufijos para crearse: perrito, perrillo, perrete, perrazo, perrucho. A veces, algunos términos diminutivos y aumentativos cobran un significado propio diferente de la raíz y de los restantes diminutivos o aumentativos que les serían aplicables: pajarilla no es lo mismo que pajarita; ventanita no es lo mismo que ventanilla ni bolsillo lo mismo que bolsito; cucharaza no es lo mismo que cucharón, ojito que ojete, cajaza que cajón, jarrota que jarrón ni blusaza que blusón.

En un alarde de recursos, la lengua castellana permite convertir en diminutivo la palabra que ya es aumentativo: sala, salón, saloncito. O convertir un despectivo en diminutivo para darle un toque cariñoso: perrucho, perruchín; casucha, casuchita.

Y aquí termino esta entrada porque, como se puede apreciar, los sufijos ofrecen muchas posibilidades creativas que cada cual explorará por su cuenta, pero no presentan ninguna dificultad especial de escritura: las palabras resultantes se regirán siempre por las normas generales de todos conocidas.

La lengua destrabada
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miércoles, 12 de junio de 2013

Los tres Pedros y la utópica inglesa

A la memoria de Pedro Antonio Jiménez-Landi
La Derbi subía petardeando por el estrecho camino de tierra en cuesta que llevaba a la casa dibujando suaves curvas. Su llegada se escuchó claramente desde el comedor, y Pedro alzó inquieto los ojos del plato para mirar a su padre.
—Vaya horas de visita —le escuchó rezongar entre cucharada y cucharada de guiso de lentejas.
Bene entró en la habitación con la fuente de filetes recién fritos y anunció:
—Son los Pedros, señora, el Bareño y el Landi, que dicen que vienen a buscar al nuestro.
Antes de que doña Cecilia pudiera responder, un muchacho delgado de abundante melena morena que le rozaba los hombros asomó la cabeza por la puerta:
—Buen provecho —pronunció con tono circunspecto.
Le seguía otro más alto y fornido que también saludó casi entre dientes. El padre los fulminó con la mirada mientras la madre empezaba a servir los filetes y les ofrecía:
—Pasad y sentaos. ¿Queréis comer?
Los chicos adujeron que los esperaban abajo en el pueblo y explicaron que tenían algo de prisa porque aún debían recoger la cal para enjalbegar la cueva de los Bareño, tarea para la que habían venido a buscar al tercer Pedro.
—Déjalo que se vaya, papá. Mejor para nosotros, a más comida tocaremos —comentó, blandiendo el tenedor y el cuchillo, el hermano que estaba sentado al lado del Pedro aludido.
Los demás hermanos que llenaban la mesa le rieron la gracia, pero Pedro no prestó atención y alargó el plato a su madre para que le sirviera el filete que le correspondía.
—Un vaso de agua sí que nos vendría bien porque venimos secos —pidió entonces Pedro el de los Bareño.
Y en el tiempo en que Bene trajo los vasos y sirvió el agua fresca de la enorme jarra de plástico verde, Pedro se acabó el filete en tres o cuatro bocados, dobló perfectamente la servilleta y se levantó de la mesa para coger una pera del frutero.
—Esta me la como por el camino —anunció antes de lanzar una mirada de petición de permiso a su padre—: ¿Me puedo marchar ya?
Don Federico prosiguió masticando meticulosamente e hizo un gesto con la mano sin pronunciar palabra. Había dado su consentimiento, así que los tres chicos se despidieron apresurados y salieron al sol.
Pedro el de los Landi, dueño de la Derbi, la puso en marcha y se sentó en el depósito de la gasolina para ceder el asiento a Pedro el de los Bareño y Pedro el de la Dehesa. Bajaron abrazados la cuesta, sintiendo la velocidad en la cara y gritándose barbaridades cada vez que la moto hacía un extraño y estaba a punto de arrojarlos al suelo, pero consiguieron llegar al pueblo sin percances, recibir el dinero en la casa de los Bareño y recoger la cal encargada en el almacén.
Después fueron a comer a casa de los Landi, donde la madre y las hermanas, que ya habían recogido la mesa, volvieron a tenderla y les sirvieron canelones de foie gras, ensalada y tarta de limón.
—No sé cómo puedes repetir con lo que ya has tragado en tu casa —se rió Pedro el de los Bareño al contemplar al de la Dehesa acabarse un segundo plato de canelones.
—Tendré la solitaria, como dice mi madre —respondió el aludido sin inmutarse mientras masticaba a dos carrillos—. Yo es que paso muchísima hambre, ya lo sabéis.
Después, mientras en el pueblo amarillo de sol se dormía la siesta, los tres Pedros bajaron una manguera a la cueva de los Bareño, horadada en la tierra, para llenar de agua el bidón donde harían la mezcla de cal con la que la enjalbegarían. La única bombilla que colgaba de un cordón en el centro del techo los iluminaba mientras cargaban las viejas sartenes empavonadas para arrojar con fuerza el contenido contra las paredes en diestros reveses de tenista a dos manos. Pero algunas no llegaban a su pretendido objetivo.
—¿Quieres guerra, cabrón? —farfulló Pedro el de los Landi, escupiendo la cal que le había entrado en la boca, a la vez que devolvía el golpe al de la Dehesa.
La sartenada de respuesta dio de lleno en el blanco y cubrió los rizos rubios del agresor. Todavía seguían enzarzados en la guerra desatada cuando Pedro el de los Bareño los asperjó a los dos con una escoba de paja empapada de cal, profiriendo bendiciones de obispo de Roma:
—Haya paz, haya paz…
La bombilla, alcanzada por los múltiples tiros, comenzó a titilar, y Pedro el de los Bareño alzó la mano para apretarla al casco. Una sacudida inmediata lo derribó al suelo. Los otros dos Pedros detuvieron la batalla al verlo yacer inmóvil sobre el palmo largo de blanco líquido que lo cubría todo.
—¿Tú sabes hacer el boca a boca? —preguntó el de la Dehesa al Landi, arrodillados ambos junto al tendido que estaba inconsciente.
Antes de que pudiera responderle, Pedro el de los Bareño abrió los ojos y dijo:
—He caído mortal.
Lo ayudaron a levantarse y abandonaron la cueva. Ese día acabó para los Pedros en el bar, curando el aturdimiento del Bareño a base de cañas y patatas bravas. Quedaron a la mañana siguiente para terminar lo empezado. Pero Pedro el de los Landi no apareció.
—Se ha ido a Madrid —informaron las hermanas por toda explicación.
Tardó una semana en volver, y lo había hecho tan melancólico que no le bastó con cerrar el bar la primera noche.
—Hagamos la lobá. Vamos a la curva de los Mellizos a ver amanecer —propuso.
—Yo me voy a la cama —se negó el de la Dehesa.
—Te quedas —rebatió el de los Bareño—. No vamos a dejar tirado a este. Veremos amanecer tomándonos una botella de güisqui de malta que tiene mi padre. Ahora la traigo.
Y mientras los otros dos Pedros lo esperaban, entablaron conversación con el viejo Trifón que, sentado a la fresca ante la puerta de su casa, observaba ensimismado el cielo.
—A mí no me engañan estos americanos con eso de que han pisado la luna. Sí, hombre, ahora está llena pero cuando mengua, qué, ¿adónde van a parar con su cohete?
—Pues tiene usted razón —asintió Pedro el de la Dehesa.
Trifón meneó la cabeza y añadió:
—Llegar no han llegado, pero de tanto jinchar la luna están cambiando el tiempo y la noche parece día por la mucha luz.
Esa hermosa luz de luna iluminó a los tres Pedros el camino hasta que llegaron a la curva de la carretera a la Torre de Esteban Hambrán que buscaban. Sentados en unas breñas, comenzaron a beber en silencio.
—Yo me voy a la cama, ya no aguanto más —insistió, pasado un rato, Pedro el de la Dehesa.
—Es inglesa —repuso Pedro el de los Landi—. Se llama Michelle.
—¿Qué dices? —preguntó sorprendido ante tal revelación Pedro el de la Dehesa, que ya se había levantado para marcharse.
Pedro el de los Bareño le pasó la botella y le ordenó:
—Siéntate y calla.
Pero el de la Dehesa desobedeció:
—¿Por una tía estás así? ¡Cágate en sus muertos! Ninguna merece que sufras —y se puso a lanzar improperios a voz en grito, consiguiendo que Pedro el de los Landi se riera al fin y se le uniera en los insultos al viento.
Enmudecieron de golpe al verse encañonados por una pareja de la guardia civil que surgió entre las sombras:
—A ver, la documentación —les exigió sin contemplaciones.
Ninguno llevaba encima el carnet de identidad, pero explicaron a trompicones, con la lengua pastosa por lo mucho que habían bebido, quiénes eran.
—Pasaréis la noche en el cuartelillo y mañana que vayan a buscaros vuestros padres —decidió el más déspota de la pareja.
—Échense un lingotazo —ofreció Pedro el de los Bareño, envalentonado por la borrachera—. Es güisqui del bueno. Es que queríamos animar a este, que anda triste.
—Estamos de servicio y no podemos beber —terció el otro guardia civil, a quien le había hecho gracia el atrevimiento del Bareño—. Apurad la botella sin armar alboroto y marchaos a dormir la mona a casa.
Los tres Pedros agradecieron su comprensión y los vieron desaparecer en las sombras como habían llegado. Luego, cuando ya empezaba a rayar el día, el de los Bareño dijo:
—Desengáñate, Pedro, las inglesas no existen. Aquí en Méntrida nunca las hemos visto.
—Ya ves —corroboró el de la Dehesa—. Es una utopía.
Pero el de los Landi no se dejó convencer y, moviendo la cabeza, gritó con voz de trueno Michelle, Michelle, Michelle, Micheeeeeeeeeeelle, hasta que se quedó sin aliento.


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