miércoles, 5 de diciembre de 2012

Narrar en segunda persona: Nada del otro jueves

Narrar en segunda persona
Un día coincidí en el autobús con la nueva mujer de un amigo antiguo. Era mucho más joven que yo y, como apenas nos conocíamos y había poco de que hablar, me contó que estaba haciendo la tesis doctoral sobre narrativa en segunda persona. Yo no tenía conciencia de haber leído nada de ese tipo y, al comprobar mi interés, me sugirió algunas novelas, entre ellas, La muerte de Artemio Cruz y Aura, ambas del mexicano Carlos Fuentes. Las dos estaban en mi librería, y en cuanto llegué a casa las busqué. De La muerte de Artemio Cruz recordaba el argumento: el protagonista en su lecho de muerte repasando su vida, que coincidía con un importante periodo de la historia mexicana. Releí la novela y analicé su estructura: en efecto, había muchos pasajes narrados en segunda persona, pero lo más interesante era el cambio constante de perspectiva de las distintas secuencias: pasado en tercera persona; presente en primera persona; y parte del presente y el futuro previsible en segunda persona, en una sucesión de instantáneas semejantes a las piezas de un rompecabezas que se van uniendo hasta completarse al final.

Aura sí estaba escrita por entero en segunda persona y contaba una historia de amor que transcendía el tiempo. Un joven escritor respondía a un anuncio leído en el periódico y acudía a una casa antigua, habitada por una anciana y su sobrina de ojos verdes, Aura. Ese «tú» del narrador (¿protagonista, álter ego?) confería a la historia una ambigüedad insinuadora, y el uso del presente y el futuro creaba una atmósfera inquietante, de realidad fantástica. Me atrapó esta novela corta, y quise de inmediato que fuera el germen de mi inspiración.

Sin embargo, no fue tarea sencilla organizar la historia que yo deseaba contar y darle forma. Elegir la voz narradora es una de las decisiones clave a la hora de escribir y tiene que estar bien fundamentada. ¿Qué tiene de especial la narración en segunda persona? Para mis propósitos, la perspectiva diferente que aportaba. Se suele afirmar que al emplear la segunda persona se mete al lector en el relato, se le hace protagonista. Por eso los anuncios publicitarios la emplean tanto, y no digamos los políticos. En mi caso, he de reconocer que me atrajo la idea de conseguir que, al leer la novela, el lector viviera como propia la historia que se desarrollaba ante sus ojos, que se implicara en esas vivencias cotidianas y fuera desentrañando los secretos de la trama. Pero en Nada del otro jueves hay un elemento psicológico añadido que justifica el uso de esa segunda persona y que se pone de manifiesto a medida que avanza el argumento.

No obstante, desde el punto de vista técnico, cuesta sudor y sangre mantener la perspectiva de la segunda persona en un texto largo, sobre todo en diálogos colectivos:

—¡Queremos un año selvático! —brama Rita, ondeando su carísima bufanda de cuadros pijos como si fuera una bandera.
Y muchos le ríen la gracia porque creen que es un juego de palabras, aunque otros juraríais que su escaso vocabulario le hace confundir sabático y selvático.

Sudé tinta para aprender a contar en la «falsa primera persona» que había elegido, conseguir dar fuerza al relato y prescindir al máximo de los pronombres personales (incluso, las más de las veces, del «tú») para no cargar en exceso el texto. Lo más complicado fue elaborar los incisos de los diálogos, y tuve que leer y releer hasta asegurarme de que había conseguido mi objetivo:

En el metro tienes que guardar el libro porque va a reventar, como siempre. Entras a empujones en el vagón y continúas hasta el fondo porque te quedan muchas estaciones. Cuando más desprevenida te encuentras, sientes unos golpecitos en el hombro que hacen que te gires. Cielo santo, ahí está él, justo a tu lado.
—Hola, hacía mucho que no coincidíamos —te dice.
Tú le miras boquiabierta, paralizada, y sientes que te estás poniendo roja como un tomate hasta la punta de las pestañas.
—La última vez que nos vimos estaban secuestrando a tu hermana ―continúa él con cierta guasa.
—Sí... no —te contradices cuando por fin respondes.
Él se ríe, enseñando una dentadura perfecta, de anuncio de dentífrico, y le sale un hoyuelo en la mejilla. Haces un esfuerzo sobrehumano para contarle lo que ocurrió a trompicones, como si fueras idiota y no supieras ordenar las ideas antes de expresarlas, y en todo ese embrollo acabas dándole las gracias por su ayuda.
—Ese día estrenaba la moto —te explica cuando terminas.
—Y si tienes moto, ¿por qué coges el  metro? —se te escapa.
—Qué va, ya no la tengo. Me la robaron de la noche a la mañana ―frunce el ceño y continúa—: Con el trabajo que me costó comprarla. Si llego a saberlo...
El metro acaba de entrar en una estación. Miras hacia el andén para comprobar cuál es y reparas en que Inés está a punto de subir a vuestro mismo vagón. Qué desastre. No quieres que te vea, hoy no porque no te apetece hablar con ella, y mucho menos tener que presentarle a este chico, no piensas compartirlo. Hay que actuar rápido, y lo único que se te ocurre es agacharte, agarrándote a sus pantalones para no perder el equilibrio, pero son anchos, no los lleva bien sujetos y ceden a la presión de tus manos. Él está a punto de quedarse en ropa interior, unos calzoncillos de peces rojos que alcanzas a ver cuando también empiezan a escurrirse piernas abajo… pone cara de asombro y pregunta, mientras tira del cinturón con fuerza para esconder enseguida sus intimidades:
—¿Y ahora qué haces? ¿Por qué me quieres dejar en pelota? ¿Qué pasa?

La segunda persona tampoco facilita estilísticamente la narración (a no ser que se trate de cartas) y es necesario dominar el lenguaje, ahondar en sus límites expresivos, para hacer creíble el argumento. Pero me gustan los retos y así, a fuerza de tesón y correcciones, nació Nada del otro jueves, novela escrita por completo en segunda persona que narra un año de la vida de Maite y de la gente que la rodea. El título hace alusión a la expresión que emplea la protagonista para escabullirse cuando le preguntan por algo de lo que no quiere hablar. Y si indagamos sobre el origen de esta curiosa frase hecha tan habitual en el lenguaje coloquial de España, nos topamos, al igual que don Quijote y Sancho, con la Iglesia: al parecer, en el pasado ya lejano los jueves eran días de opíparas comilonas que se servían con objeto de sobrellevar con mejor ánimo el ayuno y la abstinencia obligatorios de los viernes. Sin embargo, no todos los jueves se podían poner en la mesa manjares exquisitos, y de la comparación de los diversos banquetes surgió esta expresión, «no ser nada del otro jueves». ¿Será verdad?

Asimismo, la elección del título refleja el planteamiento con el que he abordado la escritura de esta novela, pensada para lectores adolescentes y adultos por igual: un texto de aparente sencillez formal y fácil lectura con un fondo muy trabajado. La protagonista es una adolescente que convive con su madre, una hermana menor y una abuela que las ayuda cuanto puede. El padre no está, y su ausencia es uno de los hilos principales del argumento. Otro de los personajes clave es una mujer anciana y rica que irrumpe de repente en la vida de Maite y su hermana para trastrocarla. Y por supuesto hay historias de amor, la poderosa palanca capaz de mover casi todo. Como ya he señalado, no voy a explicar por qué la protagonista se expresa en segunda persona, pues creo que a lo largo del relato se hace evidente. Tampoco revelaré el giro que toma la historia al final, porque me parece lo más interesante. Sí diré que a quienes la han leído les ha sorprendido y gustado, y que ya tiene críticas de cinco estrellas en Amazon, que es donde se vende, porque se trata de una novela digital.


Este es el comienzo:

Uno

Suena el despertador, y piensas que no es posible, que te acabas de acostar, que cómo van a ser las noches tan cortas, y te tapas la cabeza con el edredón para desaparecer, pero no lo logras porque la musiquilla machacona sigue insistiendo, cada vez más fuerte, cada vez más rápida, y la paras de un zarpazo antes de que te reviente los tímpanos. O ella o tú. Es la ley de la jungla de todas las mañanas. Luego inmovilidad total, con los ojos bien apretados, resistiéndote a empezar otro día plasta. Un ratito más, solo pides eso, quedarte un poco más en tu cama caliente que huele a buenos sueños. Entonces escuchas los pasos de tu madre en la escalera, notas cómo se sienta en el borde de la cama y te dice «vamos, Maite, que ya han pasado las burras de leche», luego  mete las manos entre las sábanas hasta llegar a tus pies, y ahí es cuando te incorporas, porque es demasiado. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que ya eres muy mayor para el jueguecito de a ver cuánto has crecido esta noche? Te levantas zombi y bajas a tomarte la leche. No, magdalenas no, ni galletas tampoco, replicas casi antes de que tu madre termine de ofrecértelas. Como todos los días, cómo no se cansa de repetir siempre lo mismo. Luego subes a vestirte con lo primero que pillas, malditas las ganas de andar eligiendo, y oyes a tu madre gritarte que te laves bien los dientes y te peines. Los dientes te los lavas, pero peinarte, ¿para qué? Tus rizos locos se convierten en una maraña de serpientes retorcidas al contacto con cualquier tipo de púas, así que los alisas un poco con los dedos y los sujetas como puedes con una goma azul para despejarte la cara.
—¡Mamá, me voy! —gritas para que te escuche desde la ducha, y te marchas mientras intuyes que te contesta que tengas cuidado y que pases un buen día.
Lucas dormita tumbado en la alfombra del recibidor y te lanza un gruñido de pregunta cuando ve que abres la puerta de la calle. Sacas la cabeza, compruebas que no llueve ni hace demasiado frío, y le respondes que vale. Entonces sale como una bala y corre a levantar la pata al magnolio, después araña el césped con ahínco para intentar tapar la meada, y no le regañas, aunque sabes que tu madre odia que le destroce el verde.
—Hasta luego, Lucas —te despides cuando ha vuelto a entrar en casa, y te da la risa tonta, como todos los días. Por mucho que lo repitas, no puedes evitar que te haga gracia.
Mientras caminas hasta la parada del autobús, sientes que tus pies son plantas que quieren echar raíces en la tierra y se resisten a separarse de ella cuando intentas levantarlos para avanzar. Cada paso te cuesta más, pero por fin logras llegar, al borde del agotamiento, y te encuentras con las caras de todas las mañanas. A la luz de las farolas, ves a la pija universitaria con su hermano más pequeño, siempre discutiendo, al gordo con pinta de vendedor de seguros que sube el último al autobús para apurar al máximo su cigarrillo apestoso que le va a costar la vida, a las dos mujeres del pañuelo que hablan una lengua melodiosa repleta de jotas, a los novios rastas que a esas horas ya están sobándose. Hoy además se ha añadido un chico con mochila negra y gorro a juego, pero lo lleva tan encasquetado que no percibes si es de los de me lo quedo o de los de anda y que te den. El autobusero borde no saluda a nadie, aunque os conocéis de sobra.
—A ver, que vamos a cerrar —avisa estirando el cuello para asegurarse de que no despedaza al personal apretujado con la puerta.

Avanzas a empujones por el autobús repleto y dudas entre colocarte donde puedas echar un vistazo al chico nuevo o en el lugar estratégico al lado de la rubia teñida del maletín gigantesco que se baja dos paradas más adelante, pero acabas decidiéndote por lo segundo para ocupar su asiento en cuanto lo deje. Al poco rato, una vez que has conseguido sentarte, te pones los auriculares y sacas el libro de la mochila, pero no lees, demasiadas legañas para intentarlo. En el instante en que Extremoduro entona «Y si fuera mi vida una escalera me la he pasado entera buscando el siguiente escalón», los primeros rayos de sol te hacen cerrar los ojos. Cuando acabas de restregártelos y los vuelves a abrir, el autobús está llegando al intercambiador, y sientes un hormigueo excitante en el estómago. Miras la hora y te preparas para salir la primera en cuanto pare y abra las puertas. Lo mejor del día está a punto de suceder.

Un fragmento más, del capítulo 8:

Ocho

Todo ocurre en una fracción de segundo. El coche se aleja, y sientes impotencia, desesperación y miedo, mucho miedo; no hay tiempo para pensar, así que saltas a la calzada y corres, corres, corres como una loca en su persecución con todas tus fuerzas, mientras lloras y gritas pidiendo socorro, que alguien te ayude, por favor, que alguien te ayude. Una moto se interpone en tu camino; habrías caído de bruces al suelo si no te hubieras agarrado a la persona que está a punto de montarse en ella.
—¡Sigue a ese coche, por favor! —imploras a gritos―. ¡Están secuestrando a mi hermana pequeña!
—¡Sube! —acepta de inmediato el motorista, como si fuera un héroe de película, poniendo la moto en marcha casi antes de que hayas ocupado el asiento trasero.
La persecución es corta. El coche se ha detenido en un semáforo en rojo al final de la calle, y te tiras en marcha en cuanto os colocáis justo detrás. Te abalanzas sin dudarlo a abrir la puerta por la que viste subir a tu hermana y compruebas que sí, dentro está Elena, charlando tan tranquila con una anciana, que te observa con ojos sorprendidos.
—Hola, Maite —te saluda sonriendo Elena cuando se vuelve y advierte tu presencia―. ¿Quieres venir con nosotras?
—¡Baja del coche ahora mismo! —le ordenas, metiendo medio cuerpo dentro para tirar de ella.
—No hay tiempo —interviene el chofer, mirando por el espejo retrovisor―. El semáforo está verde y debemos continuar la marcha. Cierra la puerta, por favor.
Miras a la persona de la moto para pedirle que te eche una mano y descubres que, aunque no lo habías conocido por el casco, es él otra vez, el chico del libro, el chico del vómito, señor, está en todas partes, y entonces, movida por un resorte, no por tu voluntad racional, te metes en el coche, que al instante prosigue su camino.
La moto intenta seguiros, haciendo fintas bastante peligrosas para no perderos, pero al final acaba tragada por el abundante tráfico cuando desembocáis en una avenida que os aleja del barrio. Entonces es como si despertaras y descubrieras el error que has cometido:
—¿Adónde nos llevan? —preguntas aterrada casi chillando―. ¿Quiénes son ustedes?
—Es la abuela —responde Elena riéndose—. No tengas miedo.
Observas a la anciana con prevención. Su cara te resulta familiar, pero no sabes de qué la conoces.

¿Quieres seguir leyendo? Con un clic en este enlace: Nada del otro jueves, puedes descargar en tu ordenador, tu tableta o tu teléfono móvil los capítulos gratuitos que ofrece la plataforma Amazon de esta novela digital. También puedes comprarla, si te interesa, y disfrutarás de una cuidada edición profesional, sin errores de maquetación, faltas de ortografía ni erratas, que está al alcance de todos los lectores hispanohablantes. La leerás de un tirón.



La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  


9 comentarios:

  1. Novelas epistolares, como 'Tenemos que hablar sobre Kevin' suelen ser en segunda persona...Pero es una fórmula muy específica...
    Gracias por el post.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Reconozco, Olga, que no conocía la novela que mencionas y he tardado un poco en responderte para documentarme. Sí he leído, en cambio, otras novelas epistolares mucho más antiguas como Pepita Jiménez de Juan Valera, e incluso traducido porciones de alguna, como Julia o La nueva Eloísa de Rousseau. En todas ellas se emplea la segunda persona en referencia al receptor de las cartas y no al narrador que las remite. Es decir, la narración se efectúa en primera persona, aunque aparezca la segunda cuando el narrador se dirige a quien lee lo escrito.
      Gracias por tu atención, Olga. Un saludo.

      Eliminar
  2. ¿"Diálogos colectivos" es lo contrario a qué? ¿"Diálogos Individuales"? No destruyamos el lenguaje. Calculo que querés hacer referencia a un diálogo grupal o entre partes, que no tiene nada que ver con el colectivismo, pero quizás sea una forma de hablar propia del adoctrinamiento contemporáneo. Vaya uno a saber...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me entiendes; no te entiendo. Si decimos «histeria colectiva», «negociación colectiva» o «nombre colectivo», ¿por qué destruyo el lenguaje si empleo «diálogo colectivo» para referirme al de un grupo amplio de chicos y chicas? Qué maniqueo —dejémoslo solo en eso— tu mundo regido por contrarios. Si el diálogo es individual, más bien será monólogo. En cuanto a adoctrinamientos, pues eso, vaya usted a saber si son los tuyos o los míos...

      Un saludo, malhumorado lector anónimo

      Eliminar
  3. Vine aquí porque hace no mucho tomé la iniciativa para escribir un cuento en segunda persona y al buscarlo en google me lanzó directo a tu blog. Hoy en día estoy en un proyecto de novela corta que escribo en primera persona y en presente. ¿Qué le parece esa narración para una novela?

    ResponderEliminar
  4. Espero que la lectura de este artículo te haya sido de utilidad. En cuanto a la elección de la voz narradora, es una decisión crucial a la hora de planificar una novela. El narrador omnisciente en tercera persona ofrece la oportunidad de contar desde todas las perspectivas, nada se le esconde; el narrador en primera persona, en cambio, debe ceñirse a lo que él ve, sabe o intuye, con lo cual a veces se limita el relato, si bien gana en cercanía. Pero en una novela también se pueden mezclar las voces narradoras, así como la perspectiva temporal. Se puede contar en presente histórico, pero también en pasado o en futuro cuando el argumento lo requiera. El uso de los tiempos verbales lo determinará siempre la evolución del argumento.

    Muchas gracias por tu visita. Espero que disfrutes escribiendo tu novela. Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. En este caso, ha sido tu descripción de la narración en segunda persona. Me encuentro buscando ejemplos y aplicaciones de dicha narración tanto en novelas cortas como en relatos y ensayos.

    En mi caso es una serie de relatos, donde la interacción de dos personajes de avanzada edad (mi personaje principal y el lector), reunidos después de años sin verse para "ponerse al día" sientan las bases para tratar diversos temas a manera de experiencias de vida.

    Se me ocurrió de pronto y estoy buscando la manera de estructurarlo. Pienso que la narrativa en segunda persona quedaría genial, siempre y cuando logre que el lector se identifique con ese segundo personaje, que incluso comparta sus reacciones.

    Saludos y gracias por la información.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Espero que te haya servido la lectura de esta entrada. La escritura tiene mucho de prueba y error, Alejandro, así que no hay que desanimarse si a la primera no se consigue lo que se pretende. Es cuestión de seguir intententándolo.
      Suerte y muchas gracias por pasarte a leer. Un cordial saludo desde Chile, donde por ahora me encuentro.

      Eliminar